Mis entrañas al aire...

Yo soy esa persona que se pierde entre playas y sonrisas, y que no necesita nada más que ella misma. Cuando se llena el cajón de mi desorden, aquí está esto. Sed benevolentes, no me juzguéis y si no sois capaces, no me leáis.

lunes, 4 de junio de 2012

.

Pongamos que ahora se para el reloj, esa frase hecha que todos utilizan hagámosla realidad, paremos el reloj.
Mírémonos a los ojos, frente a frente muy quietos, escuchando el silencio, disfrutando de la quietud, sintonizando tu respiración a la mía. Cuéntame cosas con la mirada, déjame preguntarme si son verdad, hasta que se haga inevitable el movimiento de tu mano hacia mi cara, apartando ese mechón de pelo que siempre me cae despreocupado por la frente, que se desliza en un suave juego de casualidad para poner fin a un instante perfecto que comenzaba a ser eterno. Y ahora ya no apartes tu mano, mantenla en mi mejilla. Siente como mis poros exhalan deseo, seguridad, como mis labios tiemblan al pasar tu dedo por las comisuras de mi boca, nerviosos y expectantes contraponiéndose a la serenidad de mi mirada. Desliza ahora tu mano por mi cuello, y observa como el paso de la yema de tus dedos eriza mi piel tras de sí dejando esa estela de notas invisibles que ahora flotan dentro de mi. 
Ahora seré yo quien se acerque dejando reposar mis manos en tus caderas, como si contornearan una silueta frágil, que no aprietan, solo sienten.
Rozo tus párpados cerrados con mis labios, dejando caer mi cabeza ingrávida muy pegada a la tuya, para que mi nariz resbale por tu tez y sienta una caricia nueva. Frente a frente, cuerpo a cuerpo, con mis manos en tu cintura y las tuyas en mis brazos, nos acariciamos mirándonos, deseando el beso como un niño que no lo ha conocido antes. Tu pulso se acelera cuando nuestras bocas se acercan, despacio e inocentemente, en una primera toma de contacto. Se funden en un juego de formas y texturas, de pellizcos con los labios, de pulsos con las lenguas, de mordiscos casuales y eróticos que sugieren el vaivén de los cuerpos.
El sonido de cada exhalación de aire, de cada prenda de ropa que cae al suelo, del baile de cuerpos desordenados en la alfombra que se rozan buscando la sensación perfecta, sin más guía que el placer.
Tus dedos en mi sexo, mi cabeza entre tus piernas, como ese arte perfecto de formas armónicas. Mi pecho en tu cara, mis uñas describiendo una estela en tu espalda a la intensidad de mis orgasmos.

Pongamos que ahora se para el reloj, parémoslo, pongamos que no existe la perfección y que el símil a lo perfecto somos tu y yo, volando con la mente, sintiendo con el cuerpo, pecando de forma que da igual todo castigo porque unimos cielo e infierno.